“O PELOURO”. ¿ES TODO TAN ROSA COMO LO PINTAN?


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He de ser sincera y reconocer que mi escepticismo ante el marketing suele sacar lo peor de mí y convertirme en una persona sumamente crítica con el mundo. A esto hay que sumarle el hecho de que una de mis aficiones, según mis amigos especialmente, es la de poner pegas y quejarme por todo. Os preguntaréis el por qué. Ni yo misma lo sé. Porque es gratis y me sale de manera natural, ¿quizás?
El concepto sobre el que se asienta “O Pelouro” me parece muy loable, y, desde luego, debería ser a lo que aspirásemos como sociedad. Una educación en la que la inclusión es real, tanto para aquellos que destacan como para aquellos a los que, de vez en cuando, hay que echarles una mano. En la que todos son personas, niños y profesores, y no se ven marcados por una u otra etiqueta.
Este centro es, en palabras de uno de sus alumnos “una zona libre donde puedes crear y puedes soñar. Donde puedes relacionarte con niños con síndromes que otros no tienen y puedes estar con ellos y ellos nos pueden enseñar muchísimas cosas […] “. Una maravilla, ¿verdad? ¿Quién no querría formarse en un centro así?
Me parece difícil, por no decir imposible que en una misma clase de entre 15 y 20 alumnos con diferentes ritmos de aprendizajes, todos consigan una atención personalizada y unas propuestas escolares adaptadas de manera específica a cada una de sus necesidades, intereses e inquietudes.
Por mi experiencia, el resultado de esa intentona de adaptar el temario a cada alumno suele resultar en que aquellos que van por encima reciben unos desafíos y aquellos que no alcanzan el ritmo medio de la clase reciben una versión simplificada de los mismos, con lo que no se consigue una igualdad real.
No pongo en duda que la inclusión de todos los estudiantes y las relaciones que se generan entre docentes, alumnos y familias sean diferentes al que pueda producirse en otros centros cuyos enfoques pedagógicos sean más tradicionales. Como se ve en el vídeo, se forjan verdaderas amistades y los padres sienten que, por primera vez, sus hijos no se sienten excluidos, sino comprendidos y parte de una “gran familia”. Los vínculos parecen ser mucho más cercanos y estrechos. Las familias están verdaderamente implicadas y esto tiene su repercusión en el desarrollo de la vida del centro. Y lo aplaudo. Ojalá esto fuese así en todos los centros de España.
Sin embargo, el mayor problema que veo en esta propuesta docente es que, por mucho que se permita a cada alumno organizar su aprendizaje en función de sus capacidades y habilidades, su educación se inscribe dentro de un sistema establecido. Por lo tanto, todos ellos han de presentarse a un examen o a algún tipo de evaluación final idéntica, por eso de la igualdad y la equidad. ¿Cómo es posible entonces que todos obtengan buenos resultados en esa prueba si cada uno de ellos lleva un ritmo diferente de aprendizaje?
En el vídeo publicitario que aparece hipervinculado al inicio de esta publicación echo en falta algo de verdad. Algo de realismo. Me hubiera gustado ver cómo se desarrolla una clase normal en ese centro. Cómo es la dinámica entre los estudiantes y su relación con los profesores dentro del aula. Me hubiera gustado saber más acerca de cómo se enfocan las evaluaciones de las diferentes disciplinas de cara a una inspección educativa que, por desgracia, no tiene como objetivo el que los niños se sientan integrados, sino que hayan respondido al nivel mínimo exigido en una determinada materia. Sobre todo teniendo en cuenta que cada alumno parece poder aprender lo que quiere, cuando quiere y da la manera en que lo prefiere. Me hubiera gustado poder “vivir” O Pelouro más allá de unos discursos. Me hubiera parecido interesante que describiesen algún aspecto negativo de ese tipo de educación. Que hubiesen mostrado no solo la cara amable del centro.
Al fin y al cabo, una imagen vale más que mil palabras.

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