Estado de la eduación: ¿nos vamos a pique o saldremos a flote?
En esta publicación, trataré de dar mi
visión sobre si es necesario mejorar la formación y, por consiguiente, la valoración
social del profesorado, y, en caso de ser así, qué mediadas podrían y deberían
llevarse a cabo.
Desde mi humilde opinión, el
profesorado, como el político, el intelectual o el influencer más en
boga en un determinado momento, tienen la obligación de vivir no solo la
realidad de la sociedad en la que viven, sino de vivir en ella. De ser
partícipes y de ser conscientes de lo que está ocurriendo, cómo está ocurriendo
y en torno a quién está sucediendo. Y de sus posibles consecuencias. Y esto, en
ocasiones, se nos olvida. Y me incluyo.
En primer lugar, el acceso a unos
estudios de tan vital importancia como son los de educación, en cualquiera de
sus ámbitos y niveles, deberían ser mucho más exhaustivos. Considero que
superar una prueba de nivel, como puede ser la selectividad (por mucho que lo
intente, mi cerebro se niega a utilizar EBAU. ¿Me estaré volviendo una carca?)
no es un verdadero filtro. O, al menos, uno que de verdad funcione. Considero
que es necesario elevar la nota de corte que da acceso a estos estudios, puesto
que un mero 5 desvirtúa el valor de estos estudios y favorece la idea de “bueno,
si no entro en lo que a mí me gusta de verdad, pues me voy a Magisterio y apañado”.
Aunque reconozco que aquí mi grupo de debate en el aula no llegó a un acuerdo
absoluto, por lo que imaginaos qué no ocurrirá en algún despacho de alguna sede política
en Madrid tratando el mismo tema.
En relación con el punto anterior, resultaría interesante una entrevista
de tipo personal antes de confirmar el acceso a estos grados, al estilo de lo
que ocurre en otros países como Finlandia o Estados Unidos.
Una vez completada la primera etapa
de formación, y tras obtener una plaza, considero que establecer un período de
prueba similar a lo que ocurre en la profesión médica puede ser muy beneficioso
tanto para el propio profesor como para el conjunto de la sociedad. Aprobar
exámenes no es lo mismo que enfrentarse a dar una clase y, por ello, pasar un
par de años “a prueba”, bajo el amparo de algún compañero más ducho y con más
años de experiencia a sus espaldas sería todo un acierto para esos novatillos
que, en su día, entramos en un aula por primera vez y nos planteamos seriamente
salir corriendo.
Algo necesario sería redistribuir la
carga de trabajo a la que hacen frente los profesores. Y no solo hablo de lo
estrictamente docente, sino también toda esa “burrocracia” que puede llegar a ser
abrumadora.
Una vez
dentro del sistema, el profesor tiene que mantenerse en constante renovación.
Esto incluye una formación continua adaptada a los nuevos tiempos y a los
nuevos conocimientos que se van desarrollando. Esta puede estar financiada por
el sistema público de educación al más puro estilo de Singapur o puede ser una
mezcla 50/50 entre financiación pública y financiación personal. Aprobar una
oposición está bien, pero no puede ser excusa para pasarse los próximos 35 años
repitiendo las mismas técnicas y los mismos enfoques por la ley del mínimo
esfuerzo.
Otra herramienta positiva no solo para los profesores que se estrenan, sino para todos, sería una mayor relación entre el profesorado que incluya "visitas" a las clases de los compañeros. Deberíamos dejar atrás esa idea de "mi clase, mi territorio". Otro par de ojos pueden ver detalles que nosotros pasamos por alto, pueden darnos consejos y críticas constructivas de los que aprender y pueden mejorar tanto nuestras técnicas de enseñanza como nuestro papel en la clase. Algo como esto ocurre en países como Finlandia y Reino Unido y resulta muy positivo tanto para el profesor como para el resto del departamento.
Por último, que el profesor recupere su
estatus, no tanto de poder, si no de importancia con respecto a la sociedad. Vivimos
en una sociedad que tiene en alta estima a médicos, científicos, arquitectos,
intelectuales y algún que otro rostro televisivo de reality, pero que olvida que todos
ellos, en mayor o menor medida, han llegado hasta donde han llegado gracias a sus
maestros.
Esto son apenas unas pinceladas que podrían marcar la diferencia. El futuro está en manos de las
futuras generaciones. Y nosotros somos los encargados de dar forma a esos cerebros
y de ayudarles a ser unas personas cargadas de valores y de conocimientos mucho
antes de que se conviertan en los nuevos Gates, Zuckerberg u Ortega.
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